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Ashraf Ghani, un presidente solo ante los talibanes

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MARIA PICASSÓ I PIQUER

Al cada vez más cuestionado mandatario de Afganistán solo le queda su círculo de asesores | Si se confirma la salida de las tropas estadounidenses, su única opción es escapar

El presidente de Afganistán está cada vez más solo en su palacio. La gran pregunta que circula por los pasillos de este recinto blindado en el corazón de Kabul y por los despachos de embajadas y organismos internacionales presentes en la capital afgana es: ¿cuánto durará tras la salida de las tropas de Estados Unidos? Ashraf Ghani (Logar, 1949)
tiene un plan, pero hace tiempo que nadie atiende sus palabras. Joe Biden le recibió en la Casa Blanca, una reunión con aire de despedida ya que Estados Unidos tiene prisa por cerrar una guerra de dos décadas en la que ha sufrido 2.400 bajas.

A Biden ya no le interesa el plan de Ghani que pasa por vincular la retirada estadounidense a la entrada en vigor de un alto el fuego, la formación de lo que ha bautizado como
«un gobierno de paz transitorio» y la posterior celebración de elecciones. Washington no tiene más tiempo y este experto en finanzas formado en Estados Unidos y con nacionalidad estadounidense, a la que tuvo que renunciar para ser presidente, se queda solo ante los talibanes.

Ex ministro de Economía de Hamid Karzai durante los primeros años de su mandato, Ghani trabajaba en el Banco Mundial (BM) en Washington cuando ocurrieron los atentados del 11-S. Ese ataque y la posterior decisión de George Bush de invadir su Afganistán natal le llevaron a cambiar las
aulas de Berkeley y Columbia, donde se formó, y los despachos del BM y de Naciones Unidas, donde trabajó, por el frente afgano.

Tras estar
a la sombra de Karzai en los inicios del experimento democrático afgano implantado por la comunidad internacional de la mano de la invasión militar, Ashraf Ghani comenzó a labrarse su propia carrera política y en 2009 se presentó por primera vez a unas presidenciales. Tan conocido entre los círculos diplomáticos occidentales como desconocido para los votantes afganos, fue el cuarto candidato más votado y Karzai repitió mandato.

Cinco años después, la Constitución no permitía una tercera reelección de Karzai y fue el momento en el que Ghani se impuso en las urnas. Su mensaje central de campaña fue:
«Combatir la corrupción». Su llegada fue una esperanza de cambio, de mejora y apertura, y hasta su esposa, Rula, libanesa estadounidense, se presentaba como una primera dama que podía ser una nueva imagen al mundo de la mujer afgana.

Ashraf Ghani repitió triunfo en las elecciones de 2020. Sus dos victorias tienen una cosa en común: la sombra del fraude. Esto ha provocado, entre otras cosas, que en los últimos diez años exista una
especie de bicefalia en el liderazgo afgano entre Ghani y quien ha sido su gran rival en las urnas, Abdula Abdula, que siempre se ha resistido a reconocer los resultados. El dirigente tayiko llegó a celebrar una ceremonia de investidura tras los últimos comicios, aunque finalmente llegó a un acuerdo de reparto de poder y silenció sus demandas a cambio de ser nombrado líder del proceso de paz y tener derecho a elegir a la mitad de los miembros del gobierno.

Cuando ascendió al poder, Ghani era uno de los rostros más populares entre los afganos urbanitas, que le veían como una solución a los problemas económicos y de corrupción del país por su trabajo gracias a su excelente currículum y su experiencia en Estados Unidos. Pero
han pasado los años y sus medidas anticorrupción no han logrado reconducir la situación. Aunque normalmente se muestra frío y distante con los medios, en una entrevista con la cadena BBC se sinceró como no lo había hecho nunca y confesó que «ser presidente de Afganistán es el peor trabajo del mundo».

En el frente militar
sus dos mandatos están marcados por el repliegue estadounidense y la imposición por parte de Washington de un proceso de paz en el que nunca ha creído. Desde que entró al palacio presidencial está en marcha una cuenta atrás que arrancó con Barack Obama y debe concluir el 11-S. Esta salida, unida a la gran ofensiva talibán en todo el país, ha llevado a los antiguos señores de la guerra a movilizar a sus seguidores ante la falta de confianza en el Ejército.

Los
muyahidines que combatieron a la URSS, destrozaron el país en la guerra civil, fueron reclutados por Estados Unidos para echar a los talibanes y que desde entonces están más vinculados a los negocios que a la guerra, tampoco confían en un Ghani que se ha quedado solo. Algunos expertos alertan del riesgo de un nuevo conflicto fratricida.

Un nuevo Najubulá

«El momento actual recuerda a lo ocurrido con el presidente Mohamed Najibulá, que tuvo que huir cuando salieron los soviéticos. Ghani
ha perdido su apoyo interior, solo le queda su círculo más cercano de asesores, nada más. Si se confirma la salida estadounidense, su única opción es escapar. Cada vez se muestra más nervioso», comenta desde Kabul el analista Abdul Noorzad, que alerta de la fuerte sectarización de las milicias que comienzan a operar en todo el país para frenar el avance talibán. Estas palabras coinciden con la opinión de Rahmatullah Nabil, ex responsable de los servicios de inteligencia afganos, quien declaró a The New York Times que
el presidente «está en una situación desesperada».

El paralelismo con Najibulá se ha extendido por las redes sociales. En ellas los afganos difunden fotos de Ghani, en sus años de estudiante, con el ex presidente comunista. Ambos líderes forman parte de la tribu Ahmadzai y comparten el haber llegado al poder bajo la protección de la fuerza invasora. Najibulá terminó sus días en el cuartel general de la ONU en Kabul, donde pasó cuatro años encerrado hasta que los talibanes tomaron la ciudad y lo ejecutaron. Era el año 1996…
25 años después los talibanes están de nuevo a las puertas de la capital y Ghani se atrinchera en palacio.

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