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Biden anuncia el final del intervencionismo estadounidense

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El presidente de EE UU, Joe Biden, en su intervención de este martes. / Reuters

El presidente enmarca la salida de Afganistán dentro de una nueva política centrada en China, Rusia y el ciberterrorismo

«La Guerra ha terminado» anunció este martes solemne el presidente Joe Biden, sin la menor sombra de culpabilidad. «Era hora de terminarla». Pero lo que acababa no era solo la guerra de Afganistán , aclaró, sino la era del intervencionismo estadounidense con el que Washington ha intentado construir democracias por el mundo a su imagen y semejanza, siempre fallidas.

No más «grandes operaciones militares para rehacer otros países», prometió. Es hora de decir la verdad a los estadounidenses, dijo el presidente mirando fijamente a las cámaras. La misión antiterrorista en Afganistán evolucionó a un intento de «crear una democracia cohesiva y un Afganistán unido», algo en lo que se falló estrepitosamente, a pesar de haber invertido dos billones de dólares y las vidas de 2.461 estadounidenses. «Era algo que nunca se había hecho en muchos siglos de historia afgana», justificó.

Para quienes pensaban que «esa mentalidad y esos despliegues militares a gran escala» en otros países les permitirían sentirse más seguros en casa, Biden les sacudió el espejismo y les recordó el precio pagado. No se refería a los 300 millones de dólares diarios, y ni siquiera a la lista de vidas perdidas que guarda en su cartera, sino a los 18 veteranos que se suicidan a diario, a las pesadillas que les hacen sudar de noche, a los divorcios, los cumpleaños perdidos, los niños que crecieron sin padre, los amputados… «No creo que la gente sea consciente del sacrificio que le estamos pidiendo al 1% en uniforme», recordó.

Si él lo sabe es porque su propio hijo Beau sirvió en Irak, vivió en su cabeza su propio Vietnam y murió de cáncer, pero también porque desde esa sensibilidad se ha reunido con las familias de los veteranos a lo largo de estos años, las últimas el domingo, cuando tuvo que recibir a las familias de los trece soldados fallecidos en el atentado del jueves. «¡Ojalá ardas en el infierno!», le gritó cuando se marchaba una mujer que acababa de recibir el cadáver de su hermano.

«Me niego a enviar a otra generación de hijos a luchar una guerra que debería haber terminado hace mucho», se rebeló este martes el presidente, sin importarle su caída en las encuestas. «Me niego a continuar una guerra que ya no sirve a nuestros intereses vitales de la seguridad nacional de nuestra gente».

Para el mandatario, el cuarto que se enfrenta a la guerra de Afganistán, es hora de mirar al futuro. En esa bola de cristal ve otras amenazas, como la de China, a quien «nada le gustaría más que ver a EE UU embarrado en Afganistán durante dos décadas más». O los retos de Rusia, donde cree luchar «en múltiples frentes». Los ciberataques, la proliferación nuclear, la competencia del siglo XXI, enumeró.

Caos y pérdida de vidas

Al pasar de página en la política exterior de EE UU, Biden promete no olvidarse de Afganistán, país al que piensa apoyar por medios diplomáticos y humanitarios, pero tampoco de ISIS-K: «No hemos acabado contigo», advirtió amenazador. El «golpe» militar que le propició desde el aire este fin de semana no era precisamente algo de lo que presumir, dado que en él murieron siete niños de una sola familia que salían de un coche, pero Biden cree «firmemente que es el mejor camino para salvaguardar nuestra seguridad».

Por errado que suene, muchos estadounidenses coinciden con él. Hace mucho que Afganistán no es su guerra, quizás, como dijo el presidente, desde que le dio caza a Osama Bin Laden el 2 de mayo de 2011, cuando se sentaba como vicepresidente de Barack Obama en el búnker de la Casa Blanca. Nada de eso impide que la gran mayoría de la opinión pública que apoyaba la retirada crea que la mala organización de la misma sea la responsable del caos y la pérdida de vidas. Tampoco en eso Biden mostró el menor remordimiento. A su juicio, lo hiciera como lo hiciera se hubiera enfrentado al caos y si tiene culpa que repartir no es a su alrededor, sino al presidente Ashraf Ghani que se rindió a la primera de cambio después de haberle prometido durante su visita a la Casa Blanca un mes antes que resistiría el embate talibán.

«El mayor fracaso militar»

La velocidad con la que estos tomaron la capital el 15 de agosto sorprendió a propios y extraños, porque hasta los portavoces talibanes han confesado que esperaban tener que negociar el poder con el presidente, que no esperó a verlos llegar. Sin duda las investigaciones del Congreso que se avecinan tomarán en cuenta ese atenuante, pero ni la historia ni los propios legisladores se anticipan benignos en su veredicto. El líder de la oposición en la Cámara baja, Kevin McCarthy, lo ha calificado de «probablemente el mayor fracaso militar del gobierno estadounidense» que haya visto en su vida. «No podemos volver a cometer ese error», se ha propuesto.

El éxito final de la mayor evacuación de la historia, que ha sacado de Afganistán a 123.000 personas, queda así empañado por las imágenes de civiles desesperados trepando a los aviones y entregando los bebés a los soldados, por no hablar de reguero de cuerpos ensangrentados en las cloacas. Se calcula que 175.000 afganos que formaban parte del sueño americano en el país se han quedado atrapados, pendientes de la promesa de libertad de movimiento que EE UU le ha arrancado a los talibanes al entregarle este martes el aeropuerto, la última pieza del país que le quedaba en las manos. Entre ellos, casi 4.000 estudiantes de la Universidad Americana de Afganistán, símbolo de modernidad.

El ‘Washington Post’ lo llamaba este martes en su editorial como «un desastre moral». Las cabezas parlantes de Fox se referían a la salida de Kabul como una negligencia digna de ‘impeachment’. La guerra ha acabado, la resaca de la derrota ha comenzado.

El último militar de EE UU en salir de Afganistán. / Reuters

El último en salir de Kabul

Chris Donahue. Así se llama el último militar estadounidense que pisó suelo afgano antes de embarcar en el C-17 con el que concluyó, a las 23:29 horas del lunes, la retirada definitiva de EE UU del país centroasiático.

En un país muy dado a vivir la vida con la épica de una película, no podía faltar la fotografía de un momento histórico, realizada con un dispositivo de visión nocturna desde una ventanilla para no delatar el despegue de la aeronave. El mayor camina por la pista del aeropuerto de Kabul antes de abordar el avión.

Donahue comanda la 82 Divisón Aerotransportada del Ejército, con base en Carolina del Norte. Se trata de un Cuerpo especializado en asaltos aéreos y evacuaciones y cuenta con una larga historia a su espalda, ya que combatió en las dos guerras mundiales, así como en la contienda del Golfo y la de Irak. Su intervención ha sido decisiva en la misión afgana desde 2001.

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