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Biden defiende su decisión y culpa a Trump y a Ghani

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Soldados estadounidenses desplegados en el aeropuerto de Kabul. / AFP

«Nunca hubo un buen momento para retirar a las fuerzas estadounidenses, por eso seguíamos allí», sostiene el jefe de la Casa Blanca

Como en el 11-S cuando George W. Bush estaba en paradero desconocido, EE UU necesitaba este lunes ver a su comandante en jefe para que les reconfortara por las desgarradoras imágenes que estaban viendo por televisión. Joe Biden había estado recluido en la residencia vacacional de Camp David mientras los talibanes ocupaban Afganistán a velocidad relámpago. Para algunos analistas, aquello no era solo el caótico final de la guerra más larga de EE UU, sino el del imperio americano, condenado a fracasar estrepitosamente en cada intento de llevar su democracia a tierras lejanas.

«Reafirmo por completo mi decisión», entonó desafiante. «Y si acaso, los acontecimientos de la última semana lo refuerzan». Biden dice haber aprendido en estos veinte años de guerra que «nunca hubo un buen momento para retirar nuestras fuerzas, por eso seguíamos allí». Le escuchaban con especial atención los miles de veteranos que se han dejado la piel y hasta las piernas en Afganistán. ¿Valió la pena? Esa es la pregunta que tortura a todos, porque si algo detestan los estadounidenses es a los perdedores.

El primer presidente en 40 años que ha tenido un hijo en la guerra no escatimó palabras de apoyo moral. Su decisión, explicó, estuvo basada precisamente en su convicción de que no se puede mandar a los hijos a morir por un país que los propios afganos no estaban dispuestos a defender. O en palabras de John Kerry durante el mítico testimonio ante el Senado que en 1971 puso al descubierto la inmoralidad de Vietnam, «¿Cómo se puede mandar a un hombre a que sea el último en morir por un error?».

Biden, que como senador votó en 2001 en favor de dar a Bush un cheque en blanco para su «guerra contra el terrorismo», no cree la invasión fuera un error, solo quedarse después de haber logrado el objetivo: «Fuimos a Afganistán a apresar a aquellos que nos atacaron el 11-S de 2001 y a asegurarnos de que al-Qaeda no lo utiliza como base para atacarnos de nuevo».

El presidente dijo aceptar plena responsabilidad por la decisión, pero no se disculpó por la histórica debacle. Si el mundo entero comparaba las imágenes de los afganos encaramados en su desesperación al ala de un C-17 con la de los helicópteros de Saigon en 1975, el ex jefe de la CIA y ex secretario de defensa Leon Panetta pensaba en Bahía de Cochinos y John F. Kennedy. «El presidente Kennedy aceptó su responsabilidad en lo ocurrido y yo le recomendaría enfáticamente al presidente Biden que acepte la suya y admita que se han cometido errores», recordó ayer el político demócrata de 83 años.

La responsabilidad habría que repartirla entre los cuatro presidentes que han servido a lo largo de estas dos décadas, así como los muchos generales y altos mandos del Pentágono y de la inteligencia que se han empeñado en pintar una imagen victoriosa de una guerra imposible de ganar. Para la Casa Blanca, «el presidente sólo tenía por delante malas opciones y eligió la mejor que pudo», le defendió su asesor de Seguridad Nacional, Jake Sullivan. Su cabeza es una de las primeras que reclaman los críticos, pero en esta guerra los únicos que decapitan son los talibanes, que en vísperas del 20 aniversario del 11-S celebran la estampida americana.

Victoria taliban o derrota de EE UU

La mayoría de los analistas coinciden en que lo que ocurre hoy en Afganistán es tan victoria taliban como derrota de EE UU y esto es lo que más les preocupa. Si bien los demócratas culpan a Donald Trump por hacer un mal trato con ellos, nada obligaba a Biden a respetarlo. Después de 12 años en el Comité de Relaciones Exteriores del Senado, se suponía que el nuevo mandatario de 78 años tenía suficiente experiencia como para saber interpretar la situación, pero en lugar de eso lo que traía clavado era el fracaso de sus consejos a Obama cuando era vicepresidente, y la muerte de su propio hijo. «Esto es profundamente personal», admitió este lunes.

En 2009 los militares y el ala más dura del gabinete –incluyendo Panetta y la entonces secretaria de Estado Hillary Clinton- le ganaron la batalla convenciendo al presidente para que redoblase esfuerzos con el envío de 17.000 tropas. Hoy no hay voz más fuerte que la suya. Tampoco mayor responsabilidad.

En la puesta en marcha de esa decisión que ha rumiado durante doce años hubo también errores de cálculo y de inteligencia. ¿Por qué no se evacuó antes al personal estadounidense y a los 22.000 afganos que trabajaron para EE UU? El gobierno de Ashraf Ghani le convenció de que si organizaba un éxodo masivo crearía una crisis de confianza que desataría su hundimiento. Y aunque el Pentágono había advertido públicamente de que el país caería en el caos si Estados Unidos y la OTAN se retiraban demasiado rápido, nadie anticipó la velocidad de vértigo a la que se ha llevado a cabo.

Prueba de ello es que el lunes pasado la embajada de EEUU en Kabul celebraba con la etiqueta de «Lunes de Paz» (#PeaceMonday) la posibilidad de un acuerdo en la mesa negociadora de Doha y preguntaba a sus seguidores por Twitter qué les gustaría decir a las partes. Para el jueves, cuando anunció el envío de 3.000 tropas que cubriesen la evacuación -a la que nunca quiso llamar evacuación-, el gobierno de Ghani sólo controlaba tres ciudades. Con las dos mil tropas adicionales para asegurar el caótico aeropuerto donde se estima que han muerto entre siete y diez personas colgadas del ala de los aviones C-17, esta noche serán 5000 las tropas estadounidenses en Afganistán. El doble de las que había cuando Biden anunció la retirada el pasado 14 de abril. La cifra autorizada llega hasta 6.000, sin que parezcan suficientes para defender los cinco kilómetros de carretera que separan Kabul del aeropuerto Hamid Karzai, repletas de controles talibanes.

Los analistas apuntan al abandono de la base de Bagram el pasado 4 de julio como uno de los grandes errores tácticos que hace de esta evacuación una todavía peor que la de Saigón. «En 1975 sacaron a 130.000 personas en una semana y aquí solo han retirado a 2.500 en un mes, apenas unos cientos en los últimos días», explicó el antiguo analista de la CIA Matt Zeller, que califica la llamada «Gran Retirada», en irónica oposición al «Gran Rescate» europeo de los nazis, como «un desastre de proporciones épicas».

Biden cree que esta no es su guerra, como el 90% de los estadounidenses, pero acaba de escribir su nombre en la historia con el epitafio de un nuevo desastre americano.

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