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Dentro de la escuela para futuros líderes del Partido Comunista Chino

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  • La Academia para Líderes Ejecutivos de Pudong no solo enseña a respetar al partido sino a ejecutar labores diarias

Erh Dongqiang habla de turbulencias y oleajes como metáforas de la tarea de Gobierno. Es un fotógrafo de fama internacional y marino aficionado que viste camisa holgada y tapa su media melena con una gorra. Después citará a Mateo Ricci,  jesuita italiano del siglo XVI que pasó tres décadas en China, y Norman Bethune, el médico canadiense que luchó contra la invasión japonesa. El temario y el ponente atentan contra el cliché de las escuelas para líderes chinos con grisáceos burócratas declamando a Marx en el estrado.

Estamos en la Academia China para Líderes Ejecutivos de Pudong (CELAP, por sus siglas inglesas), uno de los cuatro principales centros de formación de los cuadros del partido. Nació en 2005 porque al Gobierno le desesperaba que los funcionarios locales tuvieran más entusiasmo que conocimientos para cumplir con los planes reformistas. Acuden cientos al año, con estancias de semanas o meses, tras los que subirán en la jerarquía del partido. También cuenta con 900.000 estudiantes online. Los cuadros son prioritarios pero también aceptan a empresarios, revela Wang Shiquan, jefe del Departamento de Negocios. “Sus compañías tienen un origen familiar y, aunque hayan ganado mucho dinero, conservan una gestión que no les permite cumplir con la demanda del mercado. Tienen que pelear con licenciados y juegan en desventaja, así que les ofrecemos ideas y soluciones para seguir creciendo. También les mostramos las políticas nacionales porque suelen estar demasiado atareados para conocerlas”, añade.

Entre el alumnado se cuentan funcionarios extranjeros que buscan el secreto del desarrollo chino. La escuela se levanta en el enclave idóneo. Pudong, en la otra orilla del río Huangpu, sólo disponía tres décadas atrás de arrozales y mosquitos y hoy, con su centenar de rascacielos, ofrece el ‘skyline’ asiático más impactante. Algunos de los responsables de esa mutación imparten clase en la escuela.  

“Enseñanzas realistas”

Frente al oficialismo pequinés, Shanghái es la capital financiera y feudo del expresidente Jiang Zemin, lo más ultraliberal que ha despachado China. Aquí se subrayan los ejercicios prácticos, la línea recta, la solución del problema. “Estamos en Pudong y, para reflejar las características del lugar, ofrecemos enseñanzas realistas. No sólo aprenden a respetar al partido sino habilidades que podrán ejecutar en sus labores diarias”, revela Mao Xinya, profesora con dilatada experiencia en Europa.

En la escuela se habla de la Nueva Ruta de la Seda y la globalización, la erradicación de la pobreza, la revolución tecnológica, el desarrollo de las provincias rurales, el envejecimiento demográfico… y el pensamiento de Xi Jinping, un tostón considerable e inevitable servidumbre. Esa aleación del pragmatismo más descarnado que instauraron las reformas económicas con las viejas ideologías podría desorientar al alumno más predispuesto en otro lugar pero aquí se digiere como la fórmula del éxito.

Hace tiempo que China prioriza el cómo al qué pero no conviene, como ha hecho un colega extranjero hablando con la cúpula de la escuela, juntar capitalismo y Shanghái en la misma frase. “No sé quién te ha dicho que China no es socialista. Tenemos la propiedad pública, hemos acabado con pobreza… No hay un modelo universal de democracia. No hemos adaptado la receta occidental con multipartidos, que ha mostrado sus conflictos, sino una democracia consultiva que se adapta más a nuestra tradición. Hemos conseguido desarrollo económico y estabilidad social, tenemos mucha confianza en nuestro sistema”, zanja Zheng Jinzhou, vicepresidente.

Las instalaciones pasarían por las de una moderna escuela de negocios europea, con sus espacios diáfanos, las líneas arquitectónicas audaces y las salas de ocio. Sólo el rojo predominante da pistas de que la escuela pertenece al Partido Comunista. Se alternan los retratos los cinco presidentes chinos con los de ilustres visitantes como Guillermo Alejandro, monarca holandés, o Dominique de Villepin, exprimer ministro francés.  En las aulas abunda la mediana edad y se agradece un saludable porcentaje de mujeres que falta en las altas esferas de la organización.

 

Aunar rectitud y globalización

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Los líderes del futuro tendrán que aunar el esfuerzo, la rectitud y el espíritu de servicio con el entendimiento de la globalización, explican. Ahí radica el problema. China lo ha intentado todo para explicarse al mundo, desde la prudencia a la diplomacia fragorosa de los “lobos guerreros”, sin variar el resultado: silenciadas sus virtudes, amplificados sus defectos y una opinión global cada día más hostil. Sus políticas comunicativas ancladas en la revolución cultural no funcionan pero aún no ha encontrado el camino. “No es fácil entender la complejidad china para un occidental, por eso tenemos que esforzarnos. Quizá nos lleve décadas”, confiesa Wang Shiquan.

La escuela cuenta con el primer laboratorio para entrenar a los cuadros frente a las cámaras y la prensa extranjera. No es un cambio menor porque la tradición milenaria china exige un perfil bajo al funcionario recto y desconfía del protagonista. Pruebo con Xiao Chang Fei, de 52 años y funcionario de turismo de la provincia de Fujian. Me endosa un discurso precocinado de 10 minutos sobre el ejemplo de Shanghái, la grandeza del partido y su determinación de servir al pueblo y eludirá las preguntas complicadas. Seamos optimistas, solo lleva una semana en la escuela.

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