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El Partido Comunista Chino cumple 100 años

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  • El PCCh fue fundado un un primero de julio por una docena de personas en Shanghái y en la actualidad atesora noventa millones de carnets

En una reunión clandestina de una docena de representantes germinó el partido que cien años después asalta el trono estadounidense global con más de noventa millones de carnets. Fue en un edificio bajo de ladrillo gris en Xiantiandi, la metáfora más gastada del socialismo con características chinas: en ese distrito de Shanghái, la ciudad más rabiosamente capitalista de China, se aprietan restaurantes y boutiques de lujo. Es dudoso que Mao disfrutara de esta postal pero a nadie le importa ya lo que el Gran Timonel pudiera pensar por más que el partido siga buscando en él la legitimación que Dios daba a los monarcas absolutistas.

La historia del PCCh es la de un éxito improbable. Era improbable que enraizara el marxismo, importado de Alemania para una clase proletaria de la que aquella China agraria carecía, entre las variadas ideologías que en aquellos tiempos proclamaban la receta de la modernidad. Era improbable que aquellas tropas harapientas vencieran en la guerra civil a los nacionalistas de Chiang Kai Shek. Es improbable que cualquier otro partido conservara el apoyo popular tras desastres como las hambrunas del Gran Salto Adelante o el holocausto moral de la Revolución Cultural. Y era improbable que Deng Xiaoping sacara adelante la apertura económica con el cadáver de Mao aún caliente y rodeado de guardianes de las viejas esencias. 

Pompa y agenda apretada

 Pero el partido celebra esta semana su centenario con la pompa que merecen las citas con la Historia y la agenda apretada de eventos para subrayar los logros. China ha trepado del séptimo al segundo escalón de la economía global en 15 años, su clase media aumenta sin freno, acaba de erradicar la pobreza extrema, cumple con la hoja de ruta que concluirá en 2049 con el “rejuvenecimiento” de la nación y el rápido sometimiento del coronavirus ha apuntalado su eficacia. Estudios de centros estadounidenses como el Ash Center de Harvard o el Pew Institute certifican la enorme satisfacción popular y el Asian Barometer Survey la colocaba en la cima del continente junto a Singapur y Vietnam. 

Hacia aquel edificio bajo de Shanghái, remozado como museo, peregrinan estos días los chinos. Ling Guanzheng, un campesino jubilado, ha llegado desde la lejana provincia de Sichuan. Recita la letanía de calamidades pasadas: la rapiña colonialista europea, el imperialismo japonés… “China es el país que progresa más rápido y con el mando del partido seguiremos adelante. No me puedo imaginar cómo sería China sin él”, señala bajo una pantalla por la que desfilan los rostros de todos los presidentes, desde Mao hasta Xi Jinping. Abunda Liu, empresario treintañero y miembro del partido: “Nos mantiene unidos a los 1.400 millones de chinos y tiene el plan económico para seguir progresando”, juzga.  

 El museo es uno de tantos consagrados a su gloria con una estomagante presencia de Xi Jinping. El partido monopoliza el relato, atribuye los éxitos al grupo y silencia los fracasos o los achaca a errores individuales En las vísperas del aniversario ha borrado de las redes más de dos millones de comentarios “dañinos” que discutían la versión oficial. Es lo que Pekín desdeña como “nihilismo histórico”. Ren Zhiqiang, un peso pesado del partido, fue encarcelado el pasado año por sus críticas a Xi.  Al mimado Jack Ma, fundador de Alibaba, le llovieron los problemas tras dudar de la política bancaria nacional. No hay margen para la minoritaria disensión dentro ni fuera de las filas.  

Rechazo al liberalismo

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 La longevidad del partido se explica por su terco rechazo del liberalismo que hundió a la Unión Soviética y otras recetas ajenas con difícil acomodo en su cultura nacional. China ha indagado en su vía y perseverado, sin precedentes válidos en los que apoyarse, a menudo con el método de prueba-error, siempre con un ojo en el exterior pero priorizando las lecciones de su pasado para resolver los desafíos presentes. La guerra popular a la que concitó Pekín contra el coronavirus hunde sus raíces en las plagas de insectos durante el maoísmo, señala Xu Jia, investigador del Instituto de la Historia del Partido Comunista, un think tank que asesora al Gobierno. “Indagamos en lo que ocurrió y propusimos aquella receta: movilizar a todos los líderes y aparcar como secundarios otros asuntos, colocar al partido en primera línea y convencer al pueblo de que estábamos ante una emergencia extrema en la que nos jugábamos la vida”, señala.  

 Ha influido también su capacidad para leer los tiempos y evolucionar, abrazado primero al dogma y luego al pragmatismo. El partido es un ente cambiante, con mayoría ahora de empresarios en sus filas. Alcanza su centenario como alfa y omega, un magma en el que se funde Estado y Gobierno y que rige sobre todos los aspectos políticos, económicos y sociales del país más poblado del mundo. Sobrevivió a retos mayúsculos y no hay indicios que sugieran su final.  

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