Skip to content

Haití, en un terremoto sin fin

[ad_1]

El presidente asesinado vivió a principios de año una intensa contestación en las calles para que abandonara el poder

El país caribeño vive inmerso en deficiencias estructurales profundas marcadas por la inestabilidad política, la corrupción, la violencia y la pobreza

Cuando hace más de una década, concretamente, el 12 de enero del 2010, Haití padeció la peor catástrofe natural de su historia, una consigna, a modo de mantra, circuló en el propio país y en la comunidad internacional. Aquel tremebundo terremoto debían ser el kilómetro cero a partir del cual reconstruir de una vez por todas un país condenado al padecimiento. No solo no fue así -a modo anecdótico pero significativo decir que el Palacio Presidencial sigue parcialmente ruinoso- sino que el país caribeño vive, en sentido figurado, un terremoto que no tiene fin. Un terremoto de inestabilidad política, de corrupción, de violencia; en definitiva, de pobreza. No en vano, Haití es el país más pobre de toda América, con un 60% de su población pobre de solemnidad.

Las deficiencias estructurales citadas, pues, han sido sido siempre las mismas; antes y después del temblor de tierra que se llevó por delante a más de 250.000 personas y dejó sin casa a un millón y medio. Con una cronología política endiablada dada la volatilidad, los golpes de Estado y las dictaduras militares han estado a la orden del día, con sus consecuentes etapas de terror, hasta la llegada de las elecciones democráticas, no menos convulsas.

Noticias relacionadas

La lacra de la corrupción

Con estos mimbres cogió las riendas del país el presidente Jovenel Moïse, asesinado el miércoles en su casa. En sustitución de su predecesor, el músico Michel Martelly, el joven empresario, símbolo de continuidad de las políticas liberales, tuvo que hacerse cargo de la reconstrucción del país, azotado nuevamente por una catástrofe natural, en esta ocasión el huracán ‘Matthew’. Pero las denuncias de corrupción no tardaron en asomar y, a principios de año, en febrero para ser más exactos, el presidente Moïse asistió a una oleada, reprimida con dureza, de contestación en las calles. Mientras la oposición sostenía que su mandato de cinco años debía finalizar el 7 de febrero de este año, Moïse ha defendido que durara un año más por el tiempo perdido hasta tomar el mandato a causa de las alegaciones a los resultados electorales, descritos por la oposición como fraude. Enemigos, pues, no le faltaban.

[ad_2]

Ver Original