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«Las tropas afganas estaban bien preparadas, pero les ha fallado la moral»

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Una de las imágenes tomadas por Pedro Valdés con las tropas españolas en Afganistán. / P. V.

Pedro Valdés – Teniente coronel del Ejército destacado en Afganistán en 2011

El militar destaca que la falta de legitimidad del gobierno ha desmotivado a los soldados: «Se lucha por lo que se cree»

El teniente coronel
Pedro Valdés recuerda bien «los duros tiempos» que pasó destinado en Afganistán. En 2011 trabajó como coordinador en el cuartel general de la ISAF, donde pudo conocer de primera mano «la tremenda lucha por la legitimidad de las diferentes facciones afganas, mientras la OTAN trataba de crear un ejército local viable». El militar, que también estuvo destinado en la base alavesa de Araca y que ahora ejerce de docente, hace hincapié en lo complejo de un conflicto que muchos tratan de simplificar, y huye de juicios absolutos. Eso sí, le apena ver cómo, veinte años después de la intervención militar, Afganistán ha vuelto a la casilla de salida.

– ¿Supone este desenlace el fracaso de la invasión?

– Para Estados Unidos, sí. Afganistán ha tenido un desenlace muy desafortunado del que debemos extraer muchas lecciones. Pero también hay que entender que la guerra es impredecible y que siempre cabe la posibilidad de una derrota. Yo creo que no intervenir cuando se debe hacer puede dejarnos inermes ante conflictos lejanos que acaban afectándonos porque vivimos en un mundo interconectado. El respeto a la soberanía es algo maravilloso hasta que el país en cuestión conquista la mitad de Polonia. Nadie cuestiona la decisión que tomó Churchill o la intervención de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, y yo no soy quién para juzgar a los políticos que deciden embarcarse en una guerra o determinar si ha merecido la pena.

– ¿Qué ha fallado?

– La guerra de Afganistán es peculiar porque no se trata de una guerra entre estados, sino lo que conocemos como una guerra entre las gentes, que no responden al esquema de una victoria rápida, seguida de la imposición de un nuevo régimen político, sino que ese orden ha de edificarse paso a paso, como resultado de una actuación bélica prolongada, en diálogo permanente con la realidad del teatro. Una actuación abierta a identificar y empoderar a instituciones y figuras arraigadas en ese espacio concreto, capaces de fundar una legitimidad, a la par que crean espacios seguros en los que ese poder se pueda ejercer. Solo así esas instituciones pueden conseguir el reconocimiento y la aceptación de la gente. En este sentido, creo que Afganistán demuestra que la imposición de un Gobierno en conferencias internacionales aboca al fracaso. Al final, el poder acaba en manos de otros o se basa en pactos con los ‘señores de la guerra’.

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– ¿Cree que el ejército afgano no ha luchado porque no sentía que el Gobierno fuese legítimo?

– Cuando estuve en Afganistán, los talibanes no eran queridos. Pero tampoco lo era el Gobierno. La corrupción se extendió y no se logró crear un poder legítimo y real, de abajo arriba. Lo importante no es vencer rápido, sino labrar alianzas locales que vayan generado un nuevo orden tutelado por la fuerza militar. La gente lucha y da la vida por algo en lo que cree. Las tropas afganas tenían medios y estaban relativamente bien preparadas, pero les ha fallado la moral.

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– ¿Crearán ahora los talibanes un gobierno legítimo a ojos de los afganos?

– No estoy muy informado sobre los acontecimientos más recientes. En cualquier caso, los hechos son muchísimo más importantes que las palabras. Lo que vemos ahora parece postureo, y habrá que esperar para confirmar cuáles son las tendencias y posiciones que se imponen en el seno de los talibanes, cuyo movimiento considero más ideológico y político que religioso.

– Estados Unidos está recibiendo críticas de todo el mundo y China saca pecho asegurando que su modelo de no injerencia es mucho más exitoso. ¿Abandonará Washington su política de intervenciones militares tras el fiasco de Afganistán?

– Es evidente que el modelo de potencia hegemónica que ejerce de policía del mundo está en cuestión. Y los últimos presidentes de EE UU se alejan de él. Por otro lado, el mundo tiende a una regionalización saludable, pero necesitamos potencias regionales fiables y confiables comprometidas con la estabilidad. Aun así, hay hechos graves que exigen una intervención militar. A priori parece sensato no declarar guerras, pero la diplomacia tiene sus límites. Clausewitz dijo que «la guerra es la continuación de la política por otros medios», pero yo creo que no. La guerra es el fracaso de la política. Constituye más un límite que un instrumento, la puerta de una nueva lógica incalculable desde los parámetros de su propio desencadenamiento. Una tragedia que seguirá aconteciendo por su virtualidad para fundar o reconfigurar un orden juzgado como inaceptable o inexistente.

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