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Los talibanes se pasean por el aeropuerto de Kabul

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«Es una gran lección para otros invasores», advierte el régimen tras la retirada definitiva de Estados Unidos, con el que quieren «mantener una buena relación»

La imagen de este martes es la de los líderes talibanes paseando por el aeropuerto Hamid Karzai entre los helicópteros abandonados por las tropas estadounidenses en su retirada de Afganistán. Es cierto. Son chatarra. Los militares se encargaron esta noche pasada de inutilizar todas las aeronaves imposibles de llevar en su evacuación antes de abordar los pesados aviones de transporte cuyo despegue nocturno de Kabul pertenece ya a la historia viva de la última misión fallida de Occidente en Asia Central. Pero no importa que sean trastos inútiles. Para el nuevo Emirato, colgar de esas naves la bandera blanca talibán es el signo de la «victoria frente al imperialismo». «Esta es una gran lección para otros invasores y para nuestras futuras generaciones» y «también es una lección para el mundo», declara el portavoz islamista Zabihullah Mujahid. «Es un día histórico, un momento histórico y estamos muy orgullosos», resume mientras las cámaras afganas le siguen por los hangares del aeródromo.

Apenas unas horas después de medianoche, cuando salió el último avión estadounidense, los insurgentes levantaron casi todos los controles de las carreteras que conducen al aeropuerto. Los alrededores de la terminal ofrecen ahora una imagen muy distinta a la de esta semana pasada, con miles de personas arracimadas contra las puertas en un intento desesperado por huir del país. Solo los altos cargos del régimen, acompañados por escoltas y militares, deambulaban por las instalaciones.

En su marcha, según medios norteamericanos, las tropas de EE UU no han dejado ni un solo documento. Nada que pueda comprometer tampoco a los colaboradores que han quedado atrapados en Afganistán. Como en la histórica base militar de Bagram, anoche se fueron por sorpresa, sin apurar las horas que todavía les quedaban a lo largo de hoy, y de su paso sólo queda basura, enseres abandonados y restos de tecnología inutilizada. Los escombros de veinte años de invasión. Algunos medios estadounidenses subrayan el formidable operativo aéreo que ha permitido sacar a más de 112.000 personas del ahora rebautizado avispero afgano, pero traslucen el amargo regusto que supone una retirada absurdamente desastrosa como colofón a la larga misión militar en el país.

«Felicitaciones a Afganistán. Esta victoria nos pertenece a todos», repite Zabihullah Mujahid desde Kabul. La alegría es la tónica en las carreteras de la capital. A los disparos al aire y el lanzamiento de fuegos artificiales que han durado casi toda la madrugada se han unido los apretones de manos de los combatientes con cuantos conductores y pasajeros se cruzan en su camino, según ha comprobado un periodista de AFP. Las celebraciones habrían sido mucho más intensas en las provincias del interior. «Es un día grande, Afganistán ha sido devuelta a su pueblo», explica un insurgente a las cámaras de la televisión nacional. «A partir de ahora debemos pensar en construir nuestro futuro, nuestro destino, sin que lo marque la injerencia extranjera», afirma otro talibán.

Sus palabras van camino de convertirse en una pronta realidad. Altos cargos del régimen adelantan que en los próximos días se anunciará la composición completa del nuevo Gobierno, así como los primeros planes de desarrollo. El Emirato aguardaba la retirada completa de EE UU para echar a andar su gabinete. «Queremos buenas relaciones con Estados Unidos y el mundo», advierte Zabihullah Mujahid, en línea con los mensajes de moderación enviados por los talibanes desde la caída de Kabul hace nueve días.

Una de las prioridades ahora es poner en marcha de nuevo el aeropuerto Hamid Karzai. Desde esta madrugada se encuentra bajo control talibán y es muy probable que recurra a técnicos turcos para devolverle la operatividad. El Emirato vigila su acceso principal desde la capital y mantiene un fuerte dispositivo de seguridad, convencido de que puede ser un objetivo principal del terrorismo yihadista.

Ataques del Estado Islámico

El Estado Islámico lo ha golpeado al menos en cuatro ocasiones desde el jueves pasado, cuando tuvo lugar la masacre entre el gentío que esperaba a entrar en la terminal, con casi dos centenares de muertos, incluidos trece militares estadounidenses. Desde entonces se han sucedido los ataques fallidos con cohetes y un coche-bomba cuya destrucción con un dron causó este domingo la muerte de diez civiles, la mayoría niños. Nada hace pensar a los talibanes que el Daesh no quiera mantener esa violenta presión incluso con EE UU fuera del complejo, ya que el aeródromo es vital para que el nuevo Afganistán recupere la normalidad y la relación con la comunidad internacional. También es fundamental para sostener el flujo de la ayuda humanitaria.

«Nuestros combatientes y nuestras fuerzas especiales son capaces de controlar el aeropuerto y no necesitamos la ayuda de nadie para mantener la seguridad y el control administrativo», ha declarado un portavoz del movimiento, Bilal Karimi. El régimen ha rechazado la oferta de Turquía para colaborar militarmente en la vigilancia del complejo. Otra cosa es la cuestión de los controladores, técnicos y empleados de mantenimiento, de los que el país centroasiático no está sobrado, máxime después de que una buena parte de ellos se marchara durante las evacuaciones aliadas. De momento, la autoridad internacional de aviación civil no permite la actividad –considera las instalaciones inoperativas–, numerosas aerolíneas evitan su espacio aéreo desde hace días y Estados Unidos acaba de prohibir a sus aviones comerciales sobrevolar territorio afgano.

El aeropuerto, en mal estado

El portavoz del Departamento de Estado, Ned Price, ha manifestado que, desde el punto de vista de la Casa Blanca, el aeropuerto ya ha sido entregado al país. Otros responsables estadounidenses reconocen que está en mal estado, hasta el punto de que será necesario rehabilitar las dos pistas y construir una nueva sala de control aéreo para poder reestablecer los vuelos comerciales. Muchas de las infraestructuras ha sido destruidas antes de la retirada de EE UU y otras han sido saqueadas en el intervalo entre el despegue del último avión americano y la toma de posesión de los talibanes.

En Estados Unidos, el presidente se dirige hoy a la nación para dar cuenta de la retirada definitiva. Será un discurso complejo. La sensación de derrota sigue en la mente de gran parte de su gabinete, quizá más que en el resto de la sociedad, donde subyace el desinterés por la política exterior y lo que sucede más allá de las fronteras de EE UU. Los analistas creen que, por este motivo, su presidencia no corre peligro, pese a que Joe Biden haya caído en popularidad. El mandatario, en cualquier caso, tiene un ‘plan B’: su gabinete prevé emplearse a fondo a partir de hoy en la noticia positiva de su plan billonario de infraestructuras y la reactivación que puede suponer para los estadounidenses sumidos en la crisis económica derivada del coronavirus.

Es posible que lo que más pese a Biden ahora mismo sean las críticas de algunos de sus altos mandos militares por el desastre de la retirada, el enfado de otras naciones, que ponen en duda la fiabilidad actual del ‘gendarme del mundo’, la decepción de los soldados que resultaron gravemente heridos en Afganistán y, sobre todo, los fallecidos. Muchas familias de los 2.500 militares muertos durante la invasión han dado públicamente la espalda al presidente, que además ha visto fallecer a otros trece soldados como consecuencia del atentado yihadista del pasado jueves y a una familia afgana de diez miembros a causa del ataque de un dron estadounidense contra un coche-bomba el domingo. La salida de Afganistán ha sido la peor que podía imaginarse Biden: precipitada, desesperada, con enormes fallos de Inteligencia y víctimas mortales. Y todo ello lo aprovecha ahora el Partido Conservador, que no deja de recordarle que la Casa Blanca ha dejado a miles de colaboradores atrapados en Afganistán. Biden se apoyará en el compromiso de la comunidad internacional de tratar de sacar a todas esas personas mediante un continuo esfuerzo diplomático para diluir parte del fracaso.

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