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Una América Latina en ebullición asiste al giro a la izquierda de Perú con Pedro Castillo

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El presidente electo de Perú, Pedro Castillo, junto a su vicepresidenta, Dina Boluarte, tras recibir el viernes las credenciales del cargo. / Efe

El nuevo presidente, que asume el cargo el miércoles, es el último ejemplo de una tendencia hacia los extremos en esta parte del continente

Pedro Castillo Terrones, 51 años, asumirá finalmente la presidencia de Perú el próximo miércoles. Su victoria, por tan solo una diferencia de 44.000 votos, en las elecciones celebradas el pasado 6 de junio ha sido tan sorprendente como agónica. Ha tenido que esperar más de un mes para que su triunfo en las urnas fuera reconocido legalmente después de múltiples impugnaciones y denuncias de fraude electoral por parte de la oposición comandada por Keiko Fujimori, la candidata derrotada por tercera vez en su ambición de gobernar el país.

Castillo no es de Lima, ni de Cuzco, Arequipa o de cualquier otra población turística. Él nació en Puña, en el departamento de Cajamarca, un pueblo de agricultores, de campesinos que han luchado contra las guerrillas de Sendero Luminoso. Castillo tampoco es un empresario, y mucho menos un hombre millonario. Es un profesor de escuela, que usa un sombrero de paja, que utilizó un lápiz gigante en su campaña electoral y que fue a votar en su caballo. Eso sí, convenció a sus votantes desde un partido político llamado Perú Libre y significándose como marxista-leninista, totalmente en el extremo de la izquierda, cubierto por el lema de ‘no más pobres en un país rico’. Será el quinto presidente de Perú en apenas cinco años. No tendrá la mayoría en el Congreso y sabe que la mitad del país está en su contra.

Castillo es el último que ha llegado al poder en una América Latina que vive en un incendio permanente, donde la pandemia universal provocada por el covid-19 no es el enemigo ni la preocupación principal. Eso sí, el virus ha despertado a las clases más necesitadas, hartas de vivir en la pobreza, desencantadas de Gobiernos corruptos y autoritarios, ansiosas de vivir cambios de verdad en sus países.

Perú no tenía más opción que abrazarse al radicalismo de derechas de una Fujimori o al de izquierdas del profesor Castillo. Chile ha decidido cambiar la Constitución heredada de la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990) y para ese cambio ha encargado la redacción a Elisa Lancón, una lingüista y activista mapuche, la etnia indígena mayoritaria de este país. En Cuba suceden las protestas más importantes en los últimos treinta años, que son ahogadas por la lluvia de detenciones y el miedo de sus ciudadanos a padecer castigos mayores por el régimen dictatorial. La degradación de la revolución sandinista en Nicaragua es cada vez más dolorosa para los que un día confiaron en ella. Daniel Ortega y Rosario Murillo acusan de terroristas a los opositores. En Venezuela, Nicolás Maduro también se aferra al poder enviando a la cárcel a las voces protestantes. En Brasil, Jair Bolsonaro militariza sin escrúpulos su gobierno mientras el país sufre los mayores efectos de la pandemia. Y Colombia se atasca con un Gobierno conservador que no ha encontrado la forma de acabar con un paro nacional que emergió el pasado 28 de abril.

El bienestar de las mayorías

¿Peligra la democracia, gana el populismo, porqué ese giro de algunas zonas americanas hacia los extremos? Destacados escritores sostienen que es la derrota de la democracia. Otros analistas opinan que los nuevos gobiernos de extrema izquierda están condenados a perecer más tarde o más temprano. Y algunos piensan que la polarización es un signo característico de nuestra era, y un fenómeno universal.

Resulta esperanzador imaginar que las democracias jóvenes de América intentan comenzar un tránsito natural de los valores tradicionales y conservadores, que históricamente han mirado hacia las clases más privilegiadas, hacia valores más progresistas y liberales, que promulgan el interés colectivo.

En el trasfondo subyace el reto mayor de la democracia: ¿Será capaz de resolver el bienestar de las mayorías? El pueblo, hoy en día, ya no parece alimentarse de discursos ni de valores abstractos. Exige salud, empleo, educación y comida para todos. Y en esa búsqueda probablemente el pueblo prefiera la aventura y la esperanza de algo nuevo. En otras épocas, las esperanzas de los gobiernos de izquierda eran silenciadas por las balas -el Chile de Pinochet, por ejemplo-. En los años 70 América Latina era un mapa verde de dictaduras militares, hoy es un torbellino en ebullición buscando los brotes de su propia primavera. Hoy los modelos neoliberales, los que pregonan la exclusión social y la pobreza, están condenados a derrumbarse.

Pero también es verdad que el panorama tiende a complicarse mucho más. Lula puede que vuelva a gobernar Brasil. La derecha perderá el gobierno de Chile, y en Colombia nadie cree que vuelvan a gobernar los promotores de los ‘falsos positivos’. Madurar la democracia es una tarea dolorosa, pero necesaria e inevitable. Pero también es verdad que la intolerancia es muy fuerte en algunos de esos países, y quienes acostumbran a comprar votos, promover la corrupción sistemática, y condenar y matar, no suelen respetar los resultados desfavorables. El Perú libre del profesor Castillo tiene la primera palabra.

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